Mi amor por el arte se remonta a mis primeros recuerdos, cuando quedaba maravillado contemplando la naturaleza. Recuerdo el color del mar, que me fascinaba, así como los barcos y sus formas. Durante años, dibujé y tallé barcos en cáscaras de jobo, experimentando con la pintura en la secundaria, donde mi madre siempre me animaba diciendo: “si te gusta, hazlo”. Recuerdo mis primeros trabajos con tempera, con sus colores intensos y mi deseo de triunfar en este arte, aunque al final prevalecieron las matemáticas, la botánica, la física, la química y otras ciencias exactas.

A los dieciocho años, la magia de descubrir nuestra cultura me llevó a realizar un viaje por todo el país, donde aprendí sobre la diversidad cultural de los habitantes de Panamá. Quedé fascinado por ello y comencé a sentir un amor creciente por esta maravillosa sociedad, que se niega a ser invadida por otras culturas y que cada día desarrolla su identidad de forma única. Mi tiempo en Europa lo dediqué por completo a observar, visitar y conocer el arte y a sus principales exponentes, así como a entender los desafíos reales de su integración cultural. Fue como obtener un doctorado en sensibilidad y diversidad cultural.

Recuerdo vivamente mis experiencias en la Capilla Sixtina, tocando “La Piedad” y contemplando su magnificencia, así como mis visitas al Louvre, al Prado, al Museo del Vaticano, a Florencia, a Venecia y a tantos otros lugares llenos de arte e historia. Pasé innumerables horas leyendo sobre los grandes maestros del arte y admirando sus obras, desde Gaudí, Dalí y Picasso hasta Diego Velázquez.

El retorno a Panamá marcó un cambio radical en mi trayectoria artística, que en ese momento estaba floreciendo. Durante este nuevo período, la cultura musical y poética dominaba mi entorno, con el surgimiento de la salsa y los himnos patrióticos, mientras poetas, cantantes e intelectuales lideraban el mundo cultural vinculado a la política, la defensa de los derechos y las luchas sociales.

Durante mis estudios superiores, entré en contacto con la cultura global dominante, lo que me proporcionó grandes oportunidades de reflexión y conocimiento, fortaleciendo mi amor por mis raíces y mi identidad. La lección más importante que aprendí fue que el arte y la cultura abarcan todas las creaciones humanas, no siendo necesario ser un gran maestro o creador sofisticado para contribuir a ello.

Mi regreso a Panamá coincidió con una crisis política que culminaría en tragedia. Durante esta época, estuve involucrado en un puesto electoral durante diez años, lo que me permitió recuperar la memoria histórica de las culturas que conforman nuestra sociedad actual y promover políticas públicas que enfatizaban la importancia de la cultura y el arte como elementos fundamentales de nuestra identidad nacional.

En el inicio del siglo XXI, de manera autodidacta, exploré la decoración rústica y me reconecté con la naturaleza, soñando con convertirme nuevamente en un artista, esta vez plasmándolo en expresiones materiales. Trabajé con plantas, creando arreglos y paisajes icónicos en mi jardín.

En los años previos, comencé a tallar madera y estudié el desarrollo de la economía creativa, así como la historia de los artistas panameños. Después de la muerte de mi madre en el verano de 2022, sentí la necesidad de reinventarme y buscar cómo expresar mi espíritu. Con el apoyo de otros, me adentré formalmente en el arte de la talla en madera, explorando un nuevo espacio creativo y produciendo esculturas que reflejan mi propio estilo.

En 2023, al finalizar la pandemia de COVID-19, fundé junto a Rosa Elena el Centro de Gestión del Arte, un espacio dedicado a apoyar el desarrollo cultural en Panamá y a los artistas nacionales y residentes en el país.